(Miércoles y Domingo)

Primero – La Resurrección de Cristo

glori1Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Angel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Angel dijo a las mujeres: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba. (Mateo 28, 1-6)

Reflexión: Señor, muchas veces te busco y no logro encontrarte, porque quizás sin darme cuenta te he buscado en los lugares equivocados. Mi Fe se recubre de miedos que no me permiten verte, que no me permiten entender que has resucitado y que estás entre nosotros. Sé que me envías Ángeles con mensajes que muchas veces no entiendo, porque mis sentidos se distraen fácilmente con las angustias de este mundo, pero hoy te pido perdón por ello.

Señor dame la gracia para entender tus mensajes, coraje para superar los miedos y humildad, para que aunque no pueda verte, mi Fe se fortalezca con la alegría de saber que estarás conmigo hasta el final de los tiempos. Amén.

Segundo – La Ascención de Jesús al Cielo

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Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. (Lucas 24, 36-51)

Reflexión: cuando el Señor se eleva al Cielo y se separa de la tierra, nos muestra que existe un mundo espiritual al cual estamos todos invitados, porque El, al marcharse, nos abre el camino al Cielo. Sabemos que nos creo libres para tomar nuestras propias decisiones y para elegir el camino que deseemos tomar. En este Evangelio Jesús bendice a los Apóstoles y se retira, pero nos deja Sus enseñanzas y testimonios a través de ellos, quienes llenos del Espíritu de amor, del Santo Espíritu de Dios, nos permitieron también conocer a Jesús. ¿Y nosotros que hacemos? ¿Aprendemos de las enseñanzas de Jesús y compartimos el gozo de llevarlo en nuestras vidas?

Jesús, no has abandonado a tus apóstoles en la agonía, y les has otorgado el gozo de contemplarte ‘glorificado’ durante 40 días. Después de tu Ascención, gratificas a aquellos que te buscan al recibir la Eucaristía. Através de María nosotros creemos en ti. María otórganos el regalo de la esperanza. Señor, Tú nos mostraste el camino que debemos elegir y a través del gozo de los Apóstoles hemos podido conocerte; enséñanos a creer en el camino al Cielo, que es el camino a la Santidad. Regálanos Tu humildad para compartir a los demás el testimonio de tenerte en nuestras vidas. 

Tercero – La Venida del Espíritu Santo

glori3Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. (Hechos 2, 1-4)

Reflexión: los Apóstoles quedaron desconcertados ante la partida de Jesús y no sabían que hacer. ¡Quien mejor que la Madre de Jesús podía guiarlos y ayudarlos a entender los mensajes de Dios! Sabemos que la Virgen María ya había recibido la fuerza del Espíritu Santo para engendrar al Hijo de Dios en su vientre y en aquel día de Pentecostés ya había vivido y experimentado los misterios que Dios le revelara día a día, pero ella, humilde, obediente y sencilla fue aceptando la voluntad de Dios y en su silencio se hizo un instrumento importante en el Plan de Dios.

En ocasiones nos sentimos desconcertados y no sabemos que hacer. Te pedimos Señor que la fuerza del Espíritu Santo nos acompañe y nos inspire siempre a hablar el lenguaje del amor, así como lo hizo María, Tu amada y preciosa Madre. Amén.

Cuarto – La Asunción a los Cielos de la Bienaventurada Virgen

glori4Ozías por su parte dijo a Judit: “Hija mía, que Dios Altísimo te bendiha más que a todas las mujeres de la tierra. Y ¡bendito sea el Señor, Dios, Creador del cielo y de la tierra, que te condujo para que cortaras la cabeza del jefe de nuestros enemigos! Jamás los hombres olvidarán la confianza que has demostrado. Siempre recordarán el poder de Dios. Que Dios te colme de bienes y que los hombres te glorifiquen, pues no vacilaste en exponer tu vida al ver la humillación de nuestra raza. Por tu perfecta sumisión a Dios has alejado la ruina que nos esperaba.” Todo el pueblo respondió: Amén. (Jdt 13,18-20; 15,10)

Reflexión: Ahora que María es llevada al cielo, ella pide por sus hijos e hijas, ésos hijos e hijas que Jesús puso en sus manos cuando Él estaba en la cruz. María, ruega por nosotros, sabes nuestros temores, llévanos a tu corazón, corazón de madre. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte llévanos contigo al cielo. Te pedimos una devoción a tu Inmaculado Corazón que será nuestro refugio en nuestras tribulaciones. Amén.

Quinto – La Coronación de la Santísima Virgen María como Reina del Cielo

glori5Apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. (Apocalipsis 12, 1)

Reflexión: María es Reina de los Cielos, por ser su hijo quien está “destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro.” (Apo 12, 5). María, templo viviente de Jesús, su propia madre amorosa, en quien Dios quiso poner su morada entre nosotros en Cuerpo y Alma; por eso será venerada “por todas las generaciones”.

Desde la Cruz, Jesús honró a su Madre y la reconoció como madre nuestra. Sea la Virgen María un signo de admiración, reverencia y respeto para todos nosotros. María, la más humilde y sencilla, “bendita entre las mujeres”. Fue Ella quien recibió la corona mas bella, la corona que no se marchita, la corona de la Vida Eterna, y sentada junto a su Hijo nos bendice, nos cuida, ruega por nosotros y nos lleva hacia Él.

María permítenos llamarte, permítenos amarte, permítenos confiar en ti, porque te nos has dado. Te tenemos como madre en el cielo que también eres Reina; así que nosotros necesitamos avocarnos a ella con una fé inmensa y esperanza. Si pedimos algo mientras rezamos el Santo Rosario, nos será otorgado. Pídele el regalo de la oración, una oración de corazón, dilo solo por amor, una amor por ella y por Jesús. También permítenos pedir por la perseverancia de la oración, para estar siempre unidos a tu corazón y por lo tanto al corazón de Jesús.

Madre Santa, te pedimos intercedas por todos nosotros para que al final de nuestras vidas podamos alcanzar también la corona que no se marchita y seas tú misma quien nos enseñe el camino para llegar a Tu Hijo, el camino de la salvación y de la Vida Eterna. Amén.